De la idea de los mineros de Bitcoin vista en clase.
Creo
que no entiendo el mundo. Soy incapaz de comprender la abstracción de la
criptoeconomía. Entiendo las transacciones, entiendo que el dinero que
acostumbramos a usar no es muy distinto de esta nueva forma de entender la
economía. Pero soy incapaz de asimilar que el mundo gire en torno de una
promesa vacía, una deuda constante que nos pasamos unos a otros.
Me sorprende la facilidad con la
que algunos asimilan y aceptan la realidad de la criptoeconomía. Entiendo que
la velocidad es un factor primordial a la hora de concebir internet y creo que
de la misma manera, esa velocidad impera cada vez más en nuestra forma de actuar.
Como un contagio. Siento que las cosas pasan por encima de mí como un avión que
me despeina y, colgadas de las alas, muchas personas que están seguras de que
es el mejor clavo ardiendo al que agarrarse.
Blake Snyder definía en su manual
de guion Salva el Gato una original
lista de géneros cinematográficos. En dicha lista, formulada en función del
funcionamiento del guion más que de cuestiones como la ambientación o el tono,
aparece un género llamado “El tonto con la lámpara”. Este género encarnado en
películas como Cómo Dios o Cheque en Blanco, tratan sobre qué
ocurre cuando la persona menos apropiada consigue un poder que escapa a su
control. Para mí, esa es exactamente la imagen que tengo de cualquier joven
rico traficando con NFTs.
Algo
que me molesta de la criptoeconomía y de todo lo relacionado con el
posmodernismo es la mentira. Algo que discutimos en clase fue la supuesta imagen
social, innovadora y anti-jerárquica que tiene la criptoeconomía. Es evidente
que no es así, de ninguna manera puede ser así. Para minar en el blockchain se
necesita una cantidad ingente de energía a la que un usuario medio no tiene
acceso. De esta forma, sólo los individuos o grupos empresariales con capacidad
económica y material interesados en minar serán capaces de llevarse la mayor
cantidad de monedas posible. Lo que quiere decir que las diferencias de clase
no se corrigen si no que se acrecientan con la llegada de estas innovaciones
tecnológicas. Por no hablar de la huella de carbono que dejan estas actividades
cuyas consecuencias, de nuevo, afectan sobre todo a la clase trabajadora que no
solo sufre más los cambios del medio ambiente sino que es cargada con la
responsabilidad y la culpa y se ve moralmente obligada a cambiar su conducta
diaria mientras otras personas compran villas en mitad de China para minar un
Bitcoin.
Espero
estar equivocado y ser más que un apocalíptico, pero sospecho que a estos
integrados les preocupa más llenarse el bolsillo en silencio que crear un mundo
mejor en el que disfrutar.
La
clase sobre criptoeconomía y el vértigo a lo desconocido también me suscitó
esta viñeta.